Intuimos que hay vida más adelante, que hay que abrir camino por el flanco menos transitado aunque esto signifique bordear el abismo de lo desconocido.
Vamos en busca de una plenitud de vida, de una expresión más amable y de un hacer más consciente. Intuimos que habitamos el cuerpo, que manejamos las riendas de las circunstancias con la mente pero que, en el fondo, somos el Ser, esencia, apertura a lo incognoscible, flujo de consciencia.
Intuimos todo eso pero atravesar el bosque de la vida sin mapa ni brújula nos llena de desasosiego. El bosque, como metáfora, está lleno de espejismos, trampas o atajos que no llevan a ningún sitio. Las voces que escuchamos en estos tiempos convulsos son la mayoría bulos, _conspiranoia_, tendencias sesgadas por las ideologías. Los faros de la tradición merecen tenerlos en cuenta pero hay que descodificar un lenguaje y una mentalidad propia de la época en la que se dieron, y los descubrimientos actuales todavía necesitan tiempo de sedimentación. ¿Qué hacer?
Creo que la respuesta está en contrastar todo ese cúmulo de conocimiento con nuestra propia práctica. Si conseguimos establecer una disciplina sólida e inteligente ésta nos hará de sendero para no perdernos. Nos lo decía el viejo Patañjali, necesitamos una ascesis (tapas), una capacidad de indagación (svadhyaya) y una actitud humilde conectada con el corazón (ishvara pranidhana). O en otras palabras, integrar cuerpo, mente y espíritu.
También lo decía Buda en la necesidad de no aceptar una verdad por la tradición oral y la costumbre, por los textos sagrados, especulaciones filosóficas o la autoridad de los maestros. Hay que descubrirla por uno mismo. Hemos de crear los espacios para experimentarla para ir más allá del apego o del rechazo, de las opiniones o las exigencias. En definitiva, cuestionar, practicar y verificar.
