Todos los que somos practicantes o profesores de Yoga y Meditación hemos vivenciado en carne propia los innumerables beneficios que comporta la práctica. Y sin embargo, es sorprendente la dificultar de mantener una práctica estable e inteligente.
Solemos decir que hay dos grandes enemigos que se dan de la mano para boicotear ese anhelo profundo de ponernos en marcha para vigorizar el cuerpo, para calmar la mente y para abrirnos a una dimensión sutil y trascendente de la existencia. Dos enemigos que se dan de la mano, que se interponen uno detrás del otro o se solapan haciendo la bola de nieve cada vez más grande.
Uno de ellos es el de la complejidad de la vida social. Nos falta tiempo, espacio, encontrar el momento y el lugar adecuados. La lista de tareas interminable cae como un pesado facto y terminamos por procrastinar.
El otro, no menos importante, es el de las resistencias internas. El cansancio, la pereza, la duda, la dispersión, la falta de voluntad, el desánimo y un largo etcétera nos deja un rastro de insatisfacción y frustración.
El mismo Patañjali, consciente de la mente inestable, propone que la práctica sea continua y sin interrupción, hecha con respeto y con confianza. Y es necesario que esta práctica, si queremos que tenga éxito, que nos dé una estabilidad mental, que sea progresiva, adaptada y supervisada tal como se hacía en la tradición en el contacto con los guías expertos.
Por Julián Peragón, antropólogo, escritor y formador en Yoga y Meditación
Seguramente la práctica que uno está haciendo, sea intensa o suave, constante o puntual, tiene muchos elementos a rescatar. Sin embargo, es necesario pasarla por el filtro de una escucha sincera, desde el cuerpo o desde la mente, y comprobar qué es lo que verdaderamente necesitamos.
A menudo, lo que necesitamos puede ser sorprendente y la práctica se establece en un dejarse estar, respirar, mover con lentitud las articulaciones. O todo lo contrario, necesitamos una práctica vigorosa. Se trata, en definitiva, de soltar esquemas prefijados o creencias limitante de cómo debería ser la práctica para nosotros, y en este momento.
Ahora es el momento de ir en profundidad y a través de elementos lo más objetivos posible, valorar qué elementos tenemos que movilizar o relajar en nuestra práctica. Para ello tenemos en cuenta aquellos aspectos de nuestra salud que está débiles y necesitan apoyo. Luego podemos hacer una pequeña lectura corporal y ver las desviaciones de la columna vertebral o las rotaciones, lateralizaciones de nuestra estática. Y, por último, con una serie test podemos comprobar como estamos de equilibrio, coordinación, flexibilidad, fuerza o resistencia en todo el cuerpo. Con todo ello podremos tendremos una mapa claro de lo que necesitamos enfocar en nuestra práctica.
Con estos elementos de análisis podemos proponer una práctica adaptada que se puede revisar cada cierto tiempo y terminar de ajustarla. Hay elementos que se mantienen fijos de otros que cambiar porque transitamos por diferentes estaciones, momentos del día y estados emocionales.
La orientación de la práctica no implica solamente ejercicios de âsanas, prânâyâma o dhyâna, también el cómo enfocar la práctica como si fuera un ritual. Es importante el momento del día, el entorno de la práctica, los medios reguladores, los elementos simbólicos, las lecturas inspiradoras y otros tantos elementos para reforzar la práctica.
Todos sabemos que la práctica no es coser y cantar por la sencilla razón que estamos moviendo tensiones corporales, patrones emocionales y estructuras mentales. Estamos, por así decir, a través de la intensidad de una práctica drenando todo tipo de tensiones, groseras y sutiles. Y van a aparecer, si le ponemos el suficiente empeño, obstáculos en el camino. La agitación, la dispersión, la fantasía, la desgana, el miedo, la queja, el aburrimiento, el malestar, etc. saltan a la mínima de cambio y necesitamos un kit de estrategías para poder sortearlas. Es necesario una mano amiga y veterana para rodear de la mejor manera las resistencia que aparecen.
No estamos en una cultura donde se potencie la voluntad y, sin embargo, delante de los imponderables es necesario mantenerse firme en nuestro propósito. La voluntad es la capacidad de echar raíces en lo que creemos que es necesario y deseable para nuestro desarrollo. Pero, tal vez, no es suficiente con la voluntad, necesitamos una especie de varita mágica para ilusionarnos con la práctica. Necesitamos encender el apasionamiento que es, en definitiva, un amor por lo que hacemos y en lo que confiamos.
Si la tradición, con todas sus modificaciones, ha llegado hasta nuestros días será porque ha mantenido su eficacia y ha dado respuesta a las preguntas esenciales que todos, en algún momento, nos hemos hecho.
Es evidente que la práctica personal redunda, si somos también profesores, en nuestras clases. Dar clases de Yoga y Meditación es todo un arte. Necesitamos tener una muy buen pedagogía para transmitir lo esencial de forma clara y a diferentes niveles de experiencia y comprensión. Desde la observación de cómo practican nuestros alumnos a las pautas que damos tanto posturales como vivenciales hay todo un abanico de comprensiones de los procesos por los que van pasando. Aunque nuestros alumnos nos manifiesten su contento, nuestras clases necesitan una revisión con unos criterios más sólidos. Todos queremos mejorar y aunque mantengamos nuestro estilo, tener elementos de renovación. Incorporar, tal vez, la práctica de la respiración, ejercicios de concentración o de meditación. Sin olvidar, la filosofía necesaria para comprender el fondo del Yoga o de la Meditación.