El soporte de la naturaleza
Tomar aire fresco, descalzarse para sentir las cosquillas de la tierra, perderse en el horizonte, jugar con el silencio. Están vivas la roca y la nube, siempre presentes desde la eternidad. También mi cuerpo.
Sentarse fue una posibilidad, entre otras, de conjugar dentro y fuera, de no dejar que nos engañe el límite de la piel, la separatividad del ego, el caos galopante del inconsciente. Recorrer la columna arriba y abajo como un sendero sagrado que ocultamos todos los días, o permanecer en el flujo del aliento como el único mar que nos habita. Es lógico el vértigo.
Somos niños que caminan torpemente por un camino desconocido. Hace falta una brújula y un mapa, paciencia y un corazón enorme que destile la alquimia de los nuevos descubrimientos. Sin escucha no se percibe la voz interior que todo lo guarda y sin confianza uno queda paralizado. ¿Hay algo que encontrar?.
Ilusión, risa, desesperanza, dolor, placer, absurdidad, yo, tú, lo divino. Todo está, es cierto, ahí. Pero ¿qué fuerza nos hace identificarnos?. Volver a sentarnos, para descubrirlo, simplemente”.